Cómo el Orgullo Friki pasó de celebración a marca.

Un repaso no del todo nostálgico a la historia reciente de lo friki.

Jimina Sabadú
12 min readMay 26, 2022
Ganguros, ganjiros, y yamambas.

El Día del Orgullo Friki coincide con el Día de la Toalla, efeméride en el que los lectores de Guía del autoestopista galáctico llevan una toalla sobre los hombros, tal y como se recomienda hacer a los viajeros del espacio en dicha novela. El origen del Día del Orgullo Friki en España está plenamente documentado, pero no tanto la evolución que ha tenido la palabra, ni el cambio de público que ha hecho suyo el vocablo en cuestión. Ahora friki es simple y llanamente cualquiera. Cualquiera al que le guste algo. No hace falta que le guste mucho o que sea una afición o conocimiento obscuro. Basta con que le guste o lo coleccione; el friki de 2022 se enorgullece de ser raro por ver las películas más taquilleras del año y por escuchar la misma música e ir a los mismos sitios que absolutamente todo el mundo. El friki siempre ha sido, por definición, un plasta. Pero un plasta de cojones. Pero no podemos coger a cualquier borracho inoportuno de bar y decir que es un friki de los garitos, no.

No mucha gente se acuerda, pero entre 1985 y 1998 hubo unos libros de bolsillo con letras doradas que eran continuaciones oficiales de La guerra de las galaxias (porque cuando aquello no era una franquicia lo llamábamos La guerra de las galaxias, no Star Wars); se vendían en tiendas de cómics, al igual que los muñecos originales, que siempre tuvieron unos precios desorbitados. Su público objetivo eran varones de entre veinte y cuarenta años que no inspiraban el más mínimo respeto. Cuando salió el Episodio I el marketing le dio un vuelco a las cosas. Aquel día de estreno de La amenaza fantasma fue el más emocionante de mi vida como espectadora. La salida no tanto. No sé quién de mi grupo dijo “¿En serio he esperado quince años para esto?”. Tres palabras: JAR JAR BINS. La transición al mainstream acababa de empezar. El frikismo no se daba la mano con el underground. Los del underground eran los que se drogaban e iban a garitos, y los frikis éramos más solitarios, más amigos de estar en casa o de hacer planes de tarde. Supongo que alguno que otro recordará las tardes de sábado en el Kentucky Fried Chicken de Gran Vía, los primeros años del Salón del Manga, y por supuesto el alborozo que suponía el estreno de cualquier serie japonesa en la televisión de España. No creo que sea la única que guarde como oro en paño el carnet de Manga Video. El frikismo siempre atrajo a la gente con problemas de comunicación, y fue tradicionalmente un rincón muy inclusivo, aunque nadie daba lecciones sobre inclusividad; en pocos sitios he visto más diversidad funcional que en eventos frikis. A la gente no se la cuestionaba porque sabías que te unía una afición por la que el resto del mundo te hacía de menos. Creo que no he luchado tanto por nada en vida como por el manganime; no era una causa importante, pero sí era una causa que traía detrás la certeza de que a la gente había que aceptarla tal cual era, y nunca hacerla de menos por su aspecto, su origen, sus creencias, o sus aficiones. Pero cuando todo esto empezó aún no había demasiadas marcas interesadas en meter dinero en esto. En 2006 aún coleaba el término JASP, y eran los años en los que todo era MAX, XTREME, SIN LÍMITES. Hay muchos nichos sin cubrir por ahí, pero a los de marketing nunca les interesan los perdedores. Los perdedores tienen que tener dinero y hacer ostentación del mismo para que generen el interés de las marcas.

Es decir, que lo friki empezó a molar cuando se vio que había dinero de por medio. Cuando aquellos chavales empezaron (empezamos) a crecer, a tener un trabajo, y un gato en vez de un niño. Y donde no hay niños hay caprichos. Toda la vida del friki empezó a centrarse en el merchandising. Los cómics empezaron a abandonar la ecuación para ser sustituidos por enseres domésticos (tazas, alfombras de ratón), prendas (camisetas, sudaderas) y adornos. Y de ahí brotaron los funkos. Y al mismo tiempo que llegaron los funkos pasaron un par de cosas: Disney compró Pixar, Disney compró la marca Star Wars, Disney pactó con Lego, Lego firmó unas películas con Warner Bros, Disney compró Marvel… Nadie hubiera previsto que llegaría un día en el que Moschino fusilaría La rosa de Versalles, María Escoté sacaría un estampado con un personaje idéntico a la protagonista de Urusei Yatsura, o que los padres de familia bien iban a dar por bueno que sus hijos vieran anime. De repente la creación dio paso a la referencia. A más referencias, mejor. Y voy a citar a Jorge Cascante: una vez, hablando de series de animación, resumió así la diferencia entre Los Simpson y Padre de Familia “En Los Simpson hacen referencias a Las zapatillas rojas, y en Padre de Familia a Star Wars”. Creo que está todo dicho. El friki fue pasando de ser una persona de naturaleza curiosa a ser una persona interesada en consumir únicamente lo que ya conoce. No fueron solo los frikis; fuimos todos. Vinieron los remakes, las franquicias fílmicas, la música, los programas de refritos… Sólo en una cultura que premia la imitación puede surgir un fenómeno como el de TikTok y se puede aplaudir algo como el último disco de C. Tangana.

En este tránsito, Pixar sacó uno de esos preciosos cortometrajes con los que abren sus películas. Uno llamado Day&Night. El corto terminaba con unas palabras sobre lo desconocido, pronunciadas desde un programa de radio.

Expomanga, circa 2008

Ser diferente da miedo. Da miedo de verdad. ¿Se imaginan ser el único, o casi el único, que alce la voz contra la corriente? Me refiero a ser el único de verdad, no hacer como que se es el único cuando se está repitiendo una milonga popular. Imaginen ser el manifestante bielorruso que se presenta con una pancarta enfrente de la residencia de Lukashenko. Ser el que lleva la contraria. O ser, como en el caso de los frikis, una persona pacífica que sólo quiere vivir su vida en paz. Los maltratadores de aquella época son los comprometidos de hoy día; lo digo literalmente… la gente más cruel de aquella época, toda, es hoy comprometida con alguna causa noble.

El ser humano permanecía, y permanece, inmutable. Pero en 2006 las cosas eran diferentes. Un evento relacionado con el manganime era una celebración. Un petardeo naíf lleno de ideas de bombero: concursos de karaoke pasiego, batallas cosplay, concursos no profesionales de hasta cinco horas de duración, congas en las que se juntaba el principio con el final… Aún no habían muerto las niñas del Madrid Arena; se llamaban Rocío Oña, Cristina Arce, Katia Esteban, Belén Langdon y María Teresa Alonso, y morirían en 2012 víctimas de la avaricia de unos empresarios cuyas acciones no han sido justamente castigadas. En 2006 aún no habían prohibido la entrada a los eventos de manganime con armas de verdad. Por suerte nunca hubo ningún accidente.

Lolitas en 2008. Aún no era obligatorio ir de marca de arriba abajo. Incluso se podía ir sin el petti y nadie decía nada.

El mundo friki era voluntariamente infantil. En 2006 el horizonte laboral de todo licenciado era ser teleoperador y cobrar 1200€ al mes por acosar telefónicamente a gente al azar. La recuperación económica de José María Aznar había consistido en el empleo precario y en el auge de las ETT. En 2006 ya estaba por aquí Zapatero, cuyo gobierno nos deparaba otras sorpresas. El mundo friki era ajeno a la política, pero quien estaba interesado en ella se declaraba, por lo general, comunista, aunque nadie preguntara al respecto. Y la palabra “privilegios” (así, en plural, como se dice todo en la neolengua) no la pronunciaba nadie. La sexualidad friki era orgullosamente solitaria y la gente presumía de ligar poco o nada; la procesión que iba por dentro era distinta.

De todas las fotos que he sacado en mi vida, esta es mi favorita. La titulé “Guerreros de antaño”, y es del 2007.

Ese Orgullo Friki fue la primera piedra de otra cosa: la Brasa Friki. El creerse con derecho de recitarle a la gente una lista pormenorizada de capítulos de Battlestar Galactica, de imponer tus gustos, tus memes, y tus conocimientos por encima de los de los demás. Atosigar a la concurrencia con tu “nivel de japonés” ( las comillas son intencionadas, claro que sí) y más adelante de coreano. Espetar cuántos capítulos de One Piece tienes bajados en el ordenador o pontificar sobre Bong Joon-Ho porque tú le conocías antes de Parásitos. Esto, por supuesto, no es exclusivo de los frikis. En cualquier bar hay dos o tres mendrugos hablando en los mismos términos de Cataluña, el Real Madrid, o el cambio climático. Lo único que les separa de los frikis son las maneras.

Cuando se empezó a celebrar el Orgullo Friki la inmensa mayoría de la población no conocía el término friki. Pero ya era lo bastante conocido como para haber pasado de “Freak” a “Freakie”, y de ahí a Friki. Ser friki ya empezaba a ser de todo el mundo. En 2008 ya se empezaba a escuchar “Soy friki de los gimnasios”, “Soy friki de Friends” o “soy friki del fútbol”. La distancia con los freaks del circo de finales del siglo XIX se acrecentaba. Y del orgullo de ser raro pasamos al orgullo de rebaño. No quiero dejar de lado que para 2006 las camisetas con chistes pop ya estaban más demodé que el mullet. Eso sí, se reivindicaba ser raro con simpatía, y no se usaba como alegato político ni como estrategia de victimización. En 2022 hay pocas cosas que no sean un alegato político. ¿Se puede politizar el tránsito intestinal? Seguro que ya se ha hecho en algún sitio. La visibilización de lo friki ha generado la paradoja de que si todos somos raros, nadie es raro. De todos modos mucho antes del 2006 ser friki había dejado de ser del gusto de los frikis de verdad (los que se salen de Naruto y Big Bang Theory), y con la invasión del merchansing la rareza empezó a ser la lectura. Leer, eso sí es de raros. Todo el mundo escribe, pero nadie lee.

Dos decora en el Salón del Manga.

Y el paso definitivo para el blanqueamiento del friki (como si alguna vez hubiera sido motivo de algo más que de burla) ha sido este año con el aluvión de marcas felicitando el #DíadelOrgulloFriki, cosa que habían empezado a hacer discretamente hace unos años. Es cierto que en cada empresa hay uno o dos frikis, igual que hay uno o dos gays. Antes no se les dejaba salirse del papel de bufones, pero ahora son público objetivo. La única manera que tiene un colectivo de ser respetado es lograr poder adquisitivo. Y la manera que tiene el sistema (el sistema somos todos, al final) de domesticar lo diferente y lo amenazante es convertirlo en moda. Una vez que algo es una moda, es inofensivo. Digamos que ser fan de Star Trek nunca ha sido una amenaza para nadie (salvo para un hipotético compañero de pisa que tenga que escuchar las glosas del trekkie de turno), pero sí pongo la mano en el fuego al afirmar que en los ochenta, noventa, e incluso muy al principio de los dosmil, ser aficionado a según qué series y programas llevaba aparejada una gran comprensión lectora y un bagaje lector que las esferas oligarcas siempre han despreciado con asco y desdén sólo hasta que sus hijos han sido alcanzados por los tentáculos del anime. Ellos, en su palacio de marfil, leyendo Bartleby el Escribiente y almorzando con Carmen Balcells, y nosotros leyendo V de Vendetta. Nosotros ya hemos podido ver homenajes a Chicho Ibáñez Serrador, y también tenemos (gracias a la iniciativa de Luis Alberto de Cuenca) un Premio Nacional del Cómic, pero sólo echando la vista atrás podemos ver lo relevante que es, por más que no pueda fastidiar que los premios y galardones vayan al soplagaitas que peor nos caiga.

Orgullosa friki disfrazada de concursante de Humor Amarillo. Orgullo Friki, año 2007.

Yo hace mucho tiempo que no me identifico con la idea de friki. No tiene nada que ver con lo que conocí y me enamoró. El entorno friki ha sido cruel conmigo. No así el entorno otaku, donde he sido inmensamente feliz. Lástima que los animes que salen no me interesen lo más mínimo. No soy objetiva y no sé si realmente el anime ha cambiado o si yo he cambiado. A lo mejor Record of the Lodoss War no es mejor que My Hero Academy. No lo sé; soy incapaz de engancharme a la segunda. Crecer también es renunciar a cosas. No me considero rara, pero me consideran rara. No creo que lo sea, y de hecho soy mucho más funcional que la mayoría de la gente que me tilda de rara. Y no es ningún galardón.

Soy de aquel grupo (aunque generacionalmente sea menor) del que todo el mundo se burlaba por leer manga y ver anime. Soy de aquel grupo de gente que se carteaba para intercambiar cintas VHS con anime en idiomas que no entendían. Soy la que aprendió inglés para poder leer el Anime UK y el Protoculture Addicts, apuntando cada palabra en un papel y acudiendo al diccionario para entender la entradilla y luego el artículo. Porque la información escaseaba y además era cara. Soy de la época en la que grabábamos una serie y le dábamos al pause sólo para calcar a los personajes de la tele y luego intercambiar fotocopias… porque hubo tráfico de fotocopias en toda España durante los ochenta (por más que cierto editor insista en que aquello empezó en-Ca-ta-lu-ña); extramuros había heroína, sí, pero en el patio había Caballeros del Zodíaco. Soy de aquel grupo en el que los chicos tenían que tuvo que soportar insultos sólo por ver series “de niñas”; maricón, mariquita, gay, el culo contra la pared. Aún no había suficiente gente en televisión diciendo “mire, soy homosexual, y merezco el mismo respeto que usted”. Soy de aquel grupo en el que editábamos publicaciones en la copistería de la esquina para poder hablar de nuestras aficiones. Tuvimos que pelear por algo tan superfluo como las aficiones. Cada semana en ABC -sobre todo en ABC-, El País, El Mundo, La Vanguardia, alguien, un crítico o un lector, ponía el grito en el cielo porque en Ranma ½ había tetas y en Bola de Dragón batallas. En esa época censurar era de carcas. Teníamos que ir, ya fuera por carta o en persona (hubo gente que pudo ir en persona) a los medios de comunicación a explicar que el anime no lo cargaba el diablo. Libramos la batalla más irrelevante de la historia.

Marcela, Takosuke, y Petrus. Tres clásicos de la MLM.

El Orgullo Friki empezó como el Bloomsday o el Día del Watusi, pero se extendió como la pólvora. Nadie va a venir a ponernos una medalla a los que estábamos en aquello desde el principio, ni falta que hace. No es cuestión de parar a la chavalada para contarle tan innecesaria gesta.

Pero cuando paso por delante de los adolescentes que imitan a los grupos de K-Pop en Nuevos Ministerios y a los que practican voguing en Azca pienso en cómo me hubiera gustado que fuera tan fácil encontrar a otros con los que sintonizar. Mientras escribo esto he entado en Facebook y me he topado con un post de Nacho Menéndez que dice:

“El ‘frikismo’ hoy se mide en ostentación del dinero gastado en llenar las estanterías de objetos físicos que -creemos- definen nuestra identidad.

PROPONGO:

Trabajemos a fondo para resignificar entre todos la palabra friki y devolverla a sus orígenes peyorativos.

Mucho mejor eso que esta ausencia total de significado que tan bien sirve al capital.”

Nacho Menéndez… no recuerdo dónde nos hemos conocido, pero has sintetizado lo que quería decir en este post.

Vamos a intentarlo, Nacho. Vamos a comprar aquello que vayamos a leer. Vamos a estrenar los juegos de mesa que compremos, y a dejar de presumir de lo que compramos. Era más divertido cuando éramos turbios y olíamos peor. Vale, de acuerdo… podemos mantener lo de la higiene personal, pero… ¿no podemos volver a las risotadas, a no sentirnos víctimas todo el puto día?

Creo que el cosplay revela quién eres de verdad.

Yo quiero volver a celebrar el Orgullo Friki, pero no con putos funkos. Quiero que Star Wars vuelva a ser una encantadora de trilogía de películas llamada La Guerra de las galaxias y no una charada pseudotrascendente. No sé, podíamos quedar todos y hacer otra vez la ruta friki, aunque esté cerrado Madrid Comics. O podemos ir todos a un bar e invadirlo como si fuera el Kentucky Fried Chicken. Podemos hacer alguna fiesta cantando openings de anime, y tirarnos en el suelo de un parque a leer tebeos. Ahora que nadie se ríe de nosotros, ¿por qué no recuperamos las buenas costumbres?

Antes hablaba de Day&Night… aquí está la cita con la que cierra el corto:

“Miedo de los desconocido. Tienen miedo de las ideas nuevas. Están cargados de prejuicios no basados en nada real, sino basados en la idea de que… si algo es nuevo, debo rechazarlo inmediatamente, porque me da miedo. Lo que hacen es quedarse con lo que ya les es familiar.

Y para mi las cosas más bellas del universo son las más misteriosas”.

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Written by Jimina Sabadú

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