Escribir despacio, leer deprisa.
Sobre lo que elegimos leer.
Segundo día de 2022. El primer libro que he leído es El año del Búfalo, de Javier Pérez Andújar. Durante 2021 leí unos treinta y cinco libros entre novelas, ensayos, consulta, libros de amigos, encargos de trabajo… Los dos peores libros fueron una novela española (con excelentes críticas de allegados del autor y de su familia) y un ensayo que ha generado mucho interés por su tema. El mejor es la colección de cuentos Siempre quiero ser lo que no soy, de Aloma Rodríguez, que cayó en los últimos días del año. Mi otro favorito lo prologué yo, y es una reedición: Mear sangre, de Dum Dum Pacheco. También me encantó una biografía excelentemente escrita sobre Ramper. Repasando creo que casi todo lo que he leído me ha parecido fascinante: Las máscaras de Dios (el segundo volumen), Elogio de lo cutre (Alberto Olmos), ¿Tener o ser? (descubrir a Erich Fromm es de lo mejor que me ha dado el año), Bajo cielos inmensos (que terminaré ya en 2022) e incluso una inesperada autoedición de principios de los ochenta llamada Operación Magaluf. Un año muy agradecido en lecturas.
No suelo prestarle atención en redes a los libros que detesto. Los tengo muy anotados, eso sí. Me enfado con el autor y le insulto en pequeñas anotaciones. Eso es cuando me saca de quicio. Los libros que me gustan también los anoto, o los lleno de post-it. Luego tengo cuadernos donde destaco algunas cosas que quiero recordar o revisar. Pero antes era mejor lectora. Era mejor lectora antes de tener una depresión mayor, por supuesto. Era mejor lectora antes de tener datos ilimitados. Era mejor lectora antes de tener smartphone. Antes de tener redes. Antes de tener wifi, antes de tener ordenador, antes de tener walkman. Cuanto más te distraes con el mundo, peor lector eres. Poco a poco he recuperado los hábitos, aunque no sé si volveré a una vida en la que era capaz de leer un libro de una sentada todos los días recordándolo todo vivamente. Claro que en aquellos entonces no tenía un objeto pensado para distraerme a cada minuto. ¿Cuántas notificaciones tienes al día? Yo en torno a trescientas. El día 10 de marzo de 2020 tuve más de seiscientas. He llegado a pasar doce horas ininterrumpidas delante del teléfono móvil. Y a veces me rindo y soy consciente de que estar con gente implica compartir tiempo con otros que miran la pantalla. No sé si tengo FOMO o una adicción. Un 60% de mis ingresos dependen de las redes sociales (aunque no de las mías), pero no justifica ni de lejos el tiempo que paso con el teléfono móvil. Al vivir sola y trabajar en casa es, en cierto modo, mi acceso al mundo, como antes del covid eran también los bares. Le debo muchísimo a Internet, pero me pasa como con Juan Carlos I, que no sé hasta qué punto haberme ayudado en una época de mi vida le da permiso a abusar de mi el resto de mi existencia.
Esto lo cuento porque el libro que más he detestado del año trata de todo esto. Es un gran tema. Un tema importante, urgente, trascendente y que afecta a todos los humanos, incluso a los que no tienen acceso a Internet. El autor de esto es Byung-Chul Han, coreano afincado en Berlín que ha publicado quince obras. ¿Serán tan malas como No-cosas? Dicen los que leen filosofía que hay robos flagrantes en sus páginas, repeticiones de ideas que tiene en otros libros, e incluso errores de bulto. No lo sé porque no suelo leer filosofía. Lo que voy a compartir es sólo mi experiencia como lectora y a veces como autora.
¿Cuánto ocuparía esta obra en Word? Yo creo que 60 páginas, no más. El tamaño de letra es grande, los márgenes generosos, y por el interlineado corre el aire con holgura. No-cosas está escrito por alguien que no maneja las redes sociales y que probablemente no les haya dedicado demasiado tiempo. No-cosas es un libro pensado para criticar algo que el autor desconoce pero sí detesta. La obra está estructurada en ocho capítulos, y uno de ellos tiene a su vez siete apartados. Pero la verdadera estructura de la obra es otra: Una aforismo apoyado por una cita que se desarrolla en un párrafo. Del desarrollo sale una palabra que servirá para el siguiente aforismo. Esto continúa hasta el momento concreto en el que Han considera que tiene suficiente texto como para mandárselo al editor. Algunos aforismos son acertados, pero la mayoría son ocurrencias. Cuando utiliza metáforas es mucho peor. Tal y como está escrito barrunto que Byung-Chul se dedicó a las frases potentes mientras que sus alumnos le buscaban las citas. O quizás el libro nació de un seminario en el que todos se veían obligados a hacer brainstorming para que luego el genio de Seúl cobrase un cheque. Y yo he sido tan tonta que he comprado el libro. Pero no se trata solamente de un libro malo. Lo peor, lo sangrante, es que critica todo aquello que el libro es. Lo inmediato, lo irrelevante, el ruido, lo superfluo, lo peregrino. El mundo de la información es clickbait, y éste libro es clickbait. Es a los ensayos lo que los hypes de Netflix a la narrativa audiovisual. Comida rápida. ¿Es necesaria la comida rápida? No. ¿Es placentera? Mucho. ¿Es buena idea alimentarse de comida rápida? No. ¿Es ético poner una Whoper a 28,60€ diciendo que es delicatessen? No. ¿Es una idiotez pagar 28,60€ por una Whoper delicatessen? Es una idiotez grande. ¿Y cómo es montar un restaurante vegano en el que se venda una Whoper a 28,60€ y se anuncie como un restaurante necesario? Pues una desfachatez. Y eso es el libro de Byung-Chul Han.
La literatura está muy mal pagada y hay profesionales (en el buen y en el mal sentido) que escriben los libros haciendo un prorrateo de cuánto van a cobrar por hora. Los libros que les salen son una bosta. Pero nadie les saca en las listas de los mejores libros del año. Nadie dice que sus libros son necesarios. Por eso creo que quienes han metido No-Cosas entre los mejores libros es porque: a) No han leído más libros en todo el año; b) el resto de libros que leyeron era aún peores; c) no se lo han leído pero les suena que es bueno; d) creen que si apoyan una causa cabal están obrando bien… o e)todas las anteriores, incluso las que se contradicen entre si. Imagino que Han cobra mucho más que yo por anticipo de derechos de autor, y también cobra mucho mejor que yo sus clases. Así que supongo que su caso no es como el de los profesionales que menciono, que lo hacen para pagar facturas. En su caso debe ser puro narcisismo, que es otra de las cosas que critica en su filípica.
En el lado opuesto, este año he terminado de leer un libro que comencé en 2016. Tiene 836 páginas y apenas tuvo un par de reseñas poco entusiastas. Su autora es Annie Proulx y es una de las escritoras vivas a las que más admiro. Es mundialmente conocida por una adaptación que está en las antípodas del material original; Brokeback Mountain es la misma trama en el relato y en la película, pero no es para nada la misma historia. Proulx es una señora antipática, posible madre ausente, historiadora, huraña, y mayor. No tiene gran cosa traducida al castellano, y no sé cuántos ejemplares de comería Tusquets con El bosque infinito, pero sospecho que bastantes.
La sinopsis es a un tiempo atractiva y plomiza: dos familias unidas a un mismo bosque, entre los años 1693 y 2013. Dos inmigrantes llegan a Canadá a cortar madera, y sus destinos y los de sus familias son muy diferentes. El mensaje de la novela está claro: estamos desforestando el mundo. La forma en la que lo cuenta es original, compleja, seca, fascinante. Por sus páginas pasean cientos de personajes y hay que recurrir con frecuencia a los árboles genealógicos de las dos últimas páginas para saber quién es quién, quién desciende de Sel y quién de Duquet, y de qué rama es cada uno. Hay historias grandes que se explican en menos de un párrafo (me viene a la memoria cuando un personaje secuestra a un jesuita para aprender a leer y a escribir) mientras que otras cobran significado según pasan los capítulos (como la historia de la peluca que acaba como complemento de un espantapájaros). Frases contundentes como esta que no olvidaré “… murió antes de asegurar su destino”. Personajes que en su momento álgido mueren por un accidente inesperado (la serrería), gentes que lo dan todo por una esperanza que veinte años después no significa nada. Son historias pequeñas que cuentan la vida de un bosque. Sin retórica ni sentimentalismo, Proulx consigue pintar la belleza y la fragilidad de la vida humana. Qué difícil es esto. Podría hablar mucho más sobre sus virtudes, pero lo haré en otra ocasión. Hoy cuento esto porque quiero hablar de lo que es leer despacio…
Anne Proulx empleó mucho tiempo en crear este mundo, este bosque, y a todas sus criaturas. Hubiera sido lícito y disfrutable leerlo de un tirón. Pero empezó gustándome tanto que decidí leer un poco cada verano, hasta terminar. Cada capítulo termina en un año y con un personaje, y el siguiente capítulo puede tener lugar siete años antes con el sobrino de un personaje al que ya no recordabas, o pasar veinte años después contando qué fue del viudo del protagonista de las páginas anteriores. Entre medias he leído sobre las zonas que describe, las costumbres que narra, los presidentes a los que ni siquiera menciona, la tribus que pueblan esos ríos. Las pausas me han llevado, incluso, a tratar de aprender un poco del idioma Mi`kmaq. No tengo tiempo para perseverar, pero sí me ha resultado interesante. También he podido seguir sus medios de comunicación y saber cómo es la vida de estos supervivientes. Anne Proulx tardó mucho en empezar a escribir, y en sus historias se aprecia el sedimento de la vida, de la decepción, de los cambios de parecer. No escribe para el ahora, para el titular. No escribe para que se hable de ella: Proulx escribe para contar algo que otras personas no están contando. Mientras el mundo y los medios se vuelcan con medianías con avidez de protagonismo, hay un río que fluye con un murmullo apaciguador y cuyas aguas dan alimento al espíritu. Es del único río del que quiero beber.
Desde que he recuperado la salud y puedo volver a leer encuentro tantas cosas en ese río… Eduardo Martínez de Pisón, Silvia Pérez Cruz, Ramón Mayrata, Marciano Pizarro, Jesús Palacios y Raquel S.H., Rafael Narbona, Bianca Kovacs… estos son sólo unos nombres que han hecho cosas que he disfrutado en los últimos días. Pero es tanto lo que queda sepultado por el ruido… Espero seguir sacando tiempo para hablar de todo ello.
El ser humano se ha convertido en una criatura sin un propósito: se nos está empujando a vivir para generar la capacidad de endeudarnos, de entretenernos para no encontrarnos nunca con nosotros mismos. En un mundo de gritos, yo quiero volver a leer despacio.