Los pobres, los egoístas. Los tontos.

Hace unos años caminaba yo hacia la casa del montador Víctor Berlín. A la puerta de un supermercado, una mujer privilegiada (blanca, cis, hetero seguramente) pedía limosna. Una pareja igual de privilegiada, pero de más edad y mejor renta pasaba por la calle. La señora de la pareja se volvió hacia la menesterosa y le gritó “Ponte a trabajar”. La mujer que pedía le respondió “Si quieres nos cambiamos”. Esa respuesta no la vi venir.

Jimina Sabadú
10 min readDec 31, 2020
Niños jugando cerca de un caballo muerto. Entre 1900 y 1906. Fuente, Librería del Congreso.

Tener hijos es poner una pica en Flandes en la pobreza salvo que se sea rico de antes. Los hijos consumen recursos, gastan sin parar, y cuando son adolescentes pasan a odiarte. Ayer, 30 de diciembre, María Pombo subió unos stories comentando sus looks de parto (sic) y mostrando el maquillaje que se había llevado para dar a luz. Es de suponer que para los vídeos que subió después. Lo grotesco que puede resultar gestar un niño durante nueve meses y aprovechar los primeros momentos de intimidad del recién llegado al mundo para filmarlo con tu cara perfectamente maquillada y tu cabello recién peinado, no tiene precio. En términos de patrocinios desde luego que no lo tiene. El caso de María Pombo el de una privilegiada (en este caso creo que lo es y de verdad), porque a su edad ya tiene una casa de dos pisos, un jardín, un marido a juego, y un niño que se llama por cierto Martín.

A un rico (hablo ya de rentas para tener en cuenta) un nacimiento le beneficia. Será alguien a quien legar algunos negocios que quedan sueltos, afianzar alianzas, abrir nuevos caminos. Cuantos más, mejor. A un pobre (pobre de verdad, pero también a los menos pobres) un hijo le perjudica. Es una boca más, un problema más, una nueva y reluciente posibilidad de cagarla. Y a las clases medias un hijo les hace más pobres pero también les da cierto estatus: ahora pueden quejarse de todo igual que antes, pero diciendo por delante que son padres. Como si ser padre te hiciera mejor persona, una persona más importante, una que cuida del ser más importante del mundo: TU HIJO. Ese hijo superdotado en el deporte, en el colegio, eterno incomprendido, graciosísimo desde que echa a andar y no digamos ya cuando le da por hablar. Creador de mil y un chascarrillos que no ha tenido otro niño antes y que hay que compartir con el resto del mundo sin demora. Tener un hijo a la clase media la hace digna de admiración, de envidia; en los casos en los que los padres han sido de los de yo no me caso y no creo en el amor romántico y en la burguesía, más. Los padres de clase media se parecen mucho a los yonquis del Remar.

Los ricos siempre saben cómo criar a los niños. Durante el confinamiento impartieron impagables lecciones de cómo se divierte y relaja uno con un jardín en casa. Ajenos a su buena estrella, muchos decían #quédateencasa. Otros, consciente de la propia mala estrella, les insultaban. El Covid no nos ha hecho mejores personas, pero sí nos ha distanciado los unos de los otros, y no me refiero a lo físico. Ha sido un relámpago que ha caído sobre la tierra para partirla en dos. Que en los botes salvavidas no íbamos a caber todos era obvio desde el principio. Y que quien pretende repartirlos en realidad sólo se los quiere quedar es bastante evidente.

Ayer en Argentina se legalizó el aborto. Esto significa que las mujeres seguirán abortando como hasta ahora, pero por menos dinero, y sin riesgos para su salud. Quienes quieren cuidar de los hijos ajenos normalmente sólo lo hacen hasta que estos nacen. También hay quien quiere cuidar de ellos siempre, pero son menos. Hace unas semanas Tamara Gorro subió un vídeo explicando que había tenido que parar la adopción de una niña, ya en su tramo final. La niña ya estaba para ir a recoger, pero la agencia les pidió un sospechoso gasto final. Y ella y su marido futbolista decidieron que no, que sonaba muy raro. Imagino en algún lugar del mundo una niña a la que le explican que sus padres ya no van a ser sus padres, y que las fotos del dormitorio y los juguetes ya se los va a quedar otra niña, porque ellos se han pasado con la mordida y ya no la quieren. Es lo que pasa cuando los seres humanos nos convertimos en un bien de consumo. El acontecimiento me hizo recordar a la madre Teresa de Calcula hablando del aborto en 1994. “Si no queréis hijos no los abortéis; dádmelos a mi”. Imagino una fila interminable de mujeres de todo tipo y condición, todas en edad fértil, dejando un niño tras otro en las puertas de un orfanato en Calcuta. “No lo puedo cuidar, madre”. “Aquí lo tiene. Fue un error”. “Se rompió el preservativo”. “Soy alcohólica y él ahora también”. “No nos cabe en casa”, “He descubierto que el padre me ponía los cuernos”. “Simplemente, no quiero tenerlo”. Ha sido un accidente, un error. Imagino un orfanato inmenso, cada vez más grande, lleno de niños. Y en esa imagen no sale la madre Teresa. No se la ve. Los niños son demasiados.

Hoy he tenido una brevísima conversación con una señora que me ha dicho que tiene seis hijos. Una niña de unos diez años iba con ella. Iba debajo de un abrigo de su talla, pero claramente pensado para señora. Se aburría caminado de un extremo a otro de la acera. Iba arreglada, bien peinada y con pendientes. La madre no. Tenían un montón de bolsas. La señora me dijo que sólo la traía una vez al año, para que cantara y sacara dinero para la hucha. Imagino que temía que yo llamara a la policía. Tiene que ser duro pasarle la vida dando las gracias por acceder a lo que les sobra a los demás; he visto que se desarrolla una forma de dar las gracias distinta, un gesto sumiso que haga que quien se acerca se sienta bien haciendo lo que quiera que haga. Hoy habrá un montón de niños que pasarán la Nochevieja como buenamente puedan. No sé si cuando se es pobre (pobre de verdad) se cree en los Reyes Magos. Pero sí sé que hasta el más pobre se descojona de vez en cuando, y que además de legumbres y leche en polvo, de vez en cuando apetecen peladillas, donuts, coca colas, un chuletón. A veces apetece también lo superfluo, porque ese es el atractivo irresistible de lo innecesario. Las colas de los comedores sociales están creciendo muy deprisa, y los supermercados ya tienen a varios pobres en turnos que cubren todo el horario comercial. Sale poco en las noticias, pero sale. Este año he descubierto (al tener acceso al paro por primera vez en mi vida laboral) que a los siete meses la prestación de desempleo baja del 70% al 50%. Un sueldo de unos mil euros se queda en quinientos. ¿En cuánto se queda el sueldo mínimo? Para superar este revés hay dos claves esenciales: el ahorro (que no aplica a los españoles) y la familia ascendente. Para hundirse con el revés hay dos claves esenciales: el divorcio y los hijos. Se volverán a ver, como en 2019, hombres blanco hetero (privilegiados) de en torno a los cincuenta años pidiendo por la calle; se les distingue porque les da vergüenza y no se ponen en la puerta de los comercios. A las mujeres cis blancas heteros (privilegiadas) tambien se las verá, pero no tanto por la calle como en las páginas de prostitución: milanuncios, segunda mano, etcétera. Los anuncios que busquen interna se recrudecerán, y los que no sean privilegiados… pobres de ellos. Pobres.

En estos casos oigo mucho un comentario “Para qué traes hijos al mundo”. No tengas más hijos. Que todos sabemos cómo no tenerlos. Y encadenado a ese comentario suele ir otro: es que son tontas. Las inmigrantes son tontas. Y las gitanas. Y la vecina de no sé quién, también es tonta. Porque todos sabemos cómo no tener hijos. El sector más a la izquierda recrimina que se traigan hijos al mundo, y el de la derecha recrimina que no se traigan. Al final a la mujer pobre se le recrimina todo. Mal si los trae, y mal si no los trae. Mal siempre. Una mujer sabe que si se queda embarazada el juego ha terminado. Su valor como trofeo desaparece, y su atractivo también. Para los padres que se quedan también se acaba el juego, aunque los que se van pueden seguir jugando y dejando hijos por ahí. También hay madres que traen hijos al mundo y que les abandonan, uno detrás de otro. No creo que sea yo quién para decirles nada, pero sí puedo decir que vi ayer un antiguo reportaje sobre Perico Fernández en el que decía “Si yo tuviera delante a mi madre le diría, ¿para qué me trajiste al mundo? ¿Para abandonarme y para abandonarme en el hospicio?¿Que lo mal que lo has pasado tú lo tengo que pasar yo también?” En el momento en el que se grabó el reportaje dudo que la madre de Perico Fernández estuviera viva, aunque también me pregunté si en algún momento alguna mujer pudo pensar que aquel ídolo del boxeo era su hijo. Conozco a algunas personas con padres desaparecidos que en algún momento regresaron, y en ninguno de esos caso fue para nada que no fuera pedir dinero.

Hace unos años, bastantes ya, conocí a un chico iluminado por la Virgen. Nos contó su historia. Se había casado con una chica a la que había conocido en un lugar para ayudar a las embarazadas sin recursos. Se habían enamorado. Ella había tenido el hijo. Pero luego el matrimonio no fue bien. Es lo que tiene casarse en Jackson, sabéis. Su padre espiritual le dijo que eso no era lo que Dios quería para él, así que consiguió la nulidad matrimonial y fue a hablarle a gente como yo de la Virgen María. Sobre qué fue de ese niño que no era suyo, pero sí de la madre ahora soltera, sobre ese niño no dijo nada. Yo tampoco pregunté. ¿Quién soy yo para negar la voluntad de Dios?

Estas cosas me llegan a preguntarme si no confundimos la inteligencia con la educación. Es muy raro que las personas más tontas sean siempre inmigrantes pobres. Es muy raro que tengamos que llegar nosotros a explicarle a todas ellas lo importante que es el control de natalidad y las consecuencias que tiene traer un niño (otro niño) al mundo. Pero no sé si son tontas. No sé si individualmente cada una quiere ese nuevo hijo o no, si piensan en las consecuencias de lo que hacen, o si saben siquiera si el padre permanecerá unas horas con ellas antes de irse a beber y a acostarse con la primera que se cruce. No sé si son machistas, o creyentes, o estúpidas, o todo a la vez. Pero al lado tengo a gente ( ya más privilegiada) que mantiene que el virus no existe, o que las vacunas son un retroceso, o que todo lo blanco es veneno, que la cocaína es buenísima pero la coca cola mala, que los pensamientos positivos curan el cáncer, que un político que les ha engañado es la solución para el país, que los okupas son todos gente majísima o que por el contrario son vagos que no quieren trabajar. He conocido a gente con estudios superiores que piensa que los inmigrantes ilegales son privilegiados (lo juro), o que Biden es comunista. Conozco y me cruzo con una infinidad de creencias delirantes que habitan en personas con educación, medios, familia, vida estable. Y no hablo de creencias profundas sobre la vida o la familia. Hablo de creencias del día a día que no dudan en espetar aunque no les preguntes. Por eso creo que la educación es el pilar de una sociedad justa (lo creemos casi todos; alguno hay que no, pero casi todos), porque somos, todos, tremendamente tontos, y porque una de las personas más cortas que conozco es tremendamente culto y eso es gracias a una esmerada educación y a un increíble gasto en cursos de posgrado. Ese hombre podría ser uno de los que piden en la boca del metro, como podría ser yo o incluso tú: el que no supo ahorrar, la que no le dijo al novio que se pusiera el condón, o la que se vino muy arriba con la marcha atrás. Porque todos, al final, nos venimos arriba follando. Ya lo dijo Nacho Vidal una vez “Al final todo el mundo folla sin condón”, aunque sepamos que es una malísima idea.

Todos somos estúpidos, y hoy es un gran día para Argentina, porque se va a evitar mucha miseria. Pero también, por favor, tengámosle un respeto a las mujeres que deciden traer niños al mundo. Unas hemos nacido con buena estrella y con privilegios. Otras no.

Todas las fotos, menos la primera, son de niños muertos a los que sus padres quisieron conservar en vida.

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Jimina Sabadú

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