Y ahora, lo importante

Jimina Sabadú
7 min readFeb 25, 2018

Beatriz Navas, la niña que narró nuestro fin de fiesta.

El año más internacional: 1992.

En algún momento del verano de 1992, Beatriz Navas comenta en su diario (recién publicado por Caballo de Troya) que Cobi y Curro son dos mascotas horrendas. Cobi fue un diseño de Mariscal para los Juegos Olímpicos de Barcelona de 1992, y Curro fue obra de Heinz Edelmann, célebre por los diseños de “El submarino amarillo”. Una España más arriba que en la canción “El imperio contraataca” de Los Nikis se volcaba con entusiasmo en dos eventos que nos ponían en el punto de mira del mundo entero. El punto álgido de la campana de Gauss del PSOE de Felipe González. Pero Beatriz Navas, entonces una adolescente de 14 años residente en La Piovera (Madrid) escribe a mano, en su diario, que son dos mascotas espantosas. Fangoria cantaba hace dos años que la nostalgia es una droga dura y adictiva, y dos generaciones que parecen incapaces de crear nuevos ídolos se han volcado en recordar todo aquello como si fuera lo mejor que le ha pasado a Occidente. Pero no está de más recordar que en 1979, el periódico El País le dedicó a Naranjito un titular que rezaba “Fuera ese mamarracho”, con un texto vitriólico que ahora parece más propio de un Mondo Brutto. Repito: tan sólo son los diarios de una adolescente madrileña. Pero ahí radica su virtud, y es que son los diarios de una adolescente madrileña sin problemas, sin maquillajes, y sin imposturas. Acompañados de titulares — escritos en su día — sobre lo que sucedía en el mundo en aquellos momentos.

Estos diarios se escribieron años antes de que pensáramos que era una buena idea compartir nuestra vida con el planeta entero. Mireia Pérez, Nazaret, Aracne o Kapanegra fueron algunos de los primeros internautas en compartir su vida allá por el 2001 en las llamadas Bitácoras. Y esos fueron los primeros y últimos blogs (aparte del submundo de LiveJournal) en los que la gente fue sincera alguna vez. Si alguna vez has cambiado de lugar un vaso para sacarle una foto a tu desayuno sabes a lo que me refiero. Dice Navas en el epílogo que sentía apuro porque no hay ninguna dificultad que le añada dramatismo. Beatriz Navas tiene prácticamente la misma edad que Ana Frank cuando escribe su diario, uno más que Zlata Filipovic al narrar la guerra de Bosnia, y más o menos la misma que Violeta Hernando al escribir su novela “Muertos o algo mejor”. Si Frank y Filipovic nos cuentan en primera persona cómo fue vivir un conflicto y Hernando retrató el angst adolescente desde la música, Navas no quiso retratar nada más que su vida, pero retrató el final de una España triunfante que se fue como se va la inocencia de los adolescentes. De hecho ella misma se refiere a si misma como “una niña de catorce años” cuando las aventuras que narra ya son pura adolescencia y las reflexiones que hace corresponden a la vida adulta. Sólo quedaban dos años para que Mañas ganase el Nadal con “Historias del Kronen” donde habla del mismo bar y la misma gente que salen en el diario de Beatriz Navas. Y en aquella época con 16 años se podía entrar en discotecas y beber, y si aparentabas un poco más, a los 13–14 ya no tenías problema.

Camiseta de The Cure en 1992.

Gracias a la holgada paga de la que disponía Beatriz en la época y el hecho de pertenecer a una familia con cierta cultura podemos ver cómo la música también ha cambiado. Desde el “el que no esté colocado que se coloque, ¡y al loro!” de Tierno Galván hasta que Beatriz Navas acude al concierto de Nirvana en julio del 92 la música y la creación se van convirtiendo en un producto económico que termina de morir el día que nace Napster. De hecho en un momento de los diarios (23–1–1992) Beatriz comenta que han ido a desayunar a Bob’s: el heredero de esta cadena (Pablo Arango) había sacado un disco a finales de los 80 con una versión tecno de “Guantanamera”. Y quedaba poco más de un año para que Ricardo Bofill Jr. sacara a la venta un video casero de su boda con Chabeli Iglesias.

“Me contó que estaba montando un grupo y que algún día podíamos ir a escucharlos(…)le dije que primero me pasara una maqueta para ver si me interesa la música que hacen”. 22–9–92

“No entenderás el poder de tu juventud hasta que no se haya esfumado”, dice Mary Schimch en su célebre discurso “Wear Sunscreen”. Así en “Y ahora, lo importante”, alguien llamado Jordan aparece una y otra vez. Marcha para volver, y pese a todo nos vamos de los diarios sin saber absolutamente nada de él, porque es un amor de adolescencia de los que no tienen un porqué y a los que no se lo buscamos. El 17 de octubre del 92 Beatriz escribe “¿quién me iba a decir nunca que este callejón del barrio de Prosperidad más feo que nada sería tan importante en mi vida amorosa?” refiriéndose a los aledaños de la discoteca Morasol. Y unos días después dice “a este tío le he querido como nunca he querido a nadie” y “Entre nosotros lo más serio que puede haber es una amistad basada en los momentos especiales que pasemos solos de vez en cuando a escondidas en callejones y barrios feos”. La afortunada y florida vida sentimental y sexual de la autora se cruza con el alcohol, escarceos con drogas blandas, y alguna pelea juvenil, mientras que aparecen a pocos metros de la discoteca Coolor (Picassent) los cuerpos de tres niñas desaparecidas. Curiosamente y siendo un caso de trascendencia nacional, Beatriz no habla de la aparición de los cadáveres de Miriam, Toñi, y Desiree, hasta pasado un mes. Este evento, que tuvo un eco de leyenda urbana entre los menores del país, se relacionó con la existencia del Party Line, al que Beatriz y sus amigas llaman en alguna ocasión. Los neonazis pegando palizas en una Malasaña lejos de la gentrificación y la modernidad, o los últimos coletazos de esos quinquis de la heroína que robaban pelucos y pesetas entran y salen de la narración al mismo tiempo que los titulares del ABC-El País se dan patadas.

Beatriz Navas en 1992.

Beatriz Navas, hoy programadora audiovisual y una de las cabezas visibles del proyecto PLAT es en 1992 una adolescente que acude a la Expo de Sevilla y a la inauguración de las Olimpiadas de Barcelona. Que se enorgullece de que Felipe de Borbón desfile en aquella recordada jornada y que va a ver Reservoir Dogs en V.O. a los Ideal (la cinta hizo una pésima taquilla en su día) y Night on Earth y encima le gustan. Una chica que estudia en el colegio Aula Nueva en el barrio de Arturo Soria escribe en junio del 92 “Siempre pensaba que en el año 1992 como un superaño y en que tendría catorce y ya sería bastante mayor (…) y el año 2000, el número del futuro (…)veintidós años, y ni me imagino cómo será el mundo, cómo seré yo”. Desde esta perspectiva en la que uno siempre es más insignificante de lo que imaginó, Beatriz habla también de sus padres, que son casi como la niñera de los Muppets Babies, que sólo aparecía al final del episodio. Sobre su padre dice “un día creé un silencio muy incómodo en la mesa porque le solté que él era un insaciable del trabajo y del poder y de hacer lo que le daba la gana y que tendría también muchos problemas en el futuro por eso”, y sobre su madre “dice que es muy importante tener independencia económica, que la mujer ganará libertad cuando tenga su propio dinero. Pero se sigue poniendo tacones, se sigue arreglando el pelo y le siguen interesando los hombres con dinero o un buen puesto”. Estos padres un poco ausentes asisten como ella al comienzo del fin de la España socialista. Los titulares hablan de ello, pero no Beatriz, que sólo apunta “¿Quién le diría a mi padre que los sociatas acabarían tan enmierdados? ¿Eh? Aunque es mejor ni decírselo”. En 2015 Ion Arretxe escribió sobre las torturas de Intxaurrondo en el libro homónimo, y escribió aquí sobre su encuentro con Galindo. En 1994 Ruíz Mateos entregaba a Interviú instantáneas de la orgía más cutre del mundo con Luis Roldán en gayumbos. En enero del 93 Beatriz reseña el titular de El País sobre el tiro en la nuca que da origen a la película de Jaime Rosales protagonizada por Ion Arretxe. La sequía empezaba a pegar fuerte y la crisis asomaba las orejas. Pero en estos diarios eso no es más que un escenario. El título “Y ahora, lo importante” hace referencia a cuando la autora comienza a contar lo que realmente le importa: lo que ha hecho con sus amigas, a dónde ha ido (hay una impagable lista de sitios de moda en la página 80), y con quién se ha enrollado cada quien. Pero hasta esta alegría resulta pasajera. Las entradas en el diario se espacian y se adivina un desencanto. “Me doy cuenta de que estaba pasando algo y de que de repente ya no pasa nada”.

“Y mientras pasan cosas ahora mismo en todos los lugares del mundo, como se puede ver, una niña de catorce años escribe en su diario”. 14–11–1992

Dice Pérez Andújar en algún momento de “Paseos con mi madre” que los jóvenes necesitan presupuesto para crear su identidad. Habla de una chica en el autobús que quiere ir vestida de hippie, pero no le sale, porque no le llega el dinero. Beatriz Navas habla de más de un centenar de adolescentes que pasan por su vida. De no existir este diario quizás ella misma no recordaría muchos de sus nombres. Ellos construyen su identidad mientras que nosotros como sociedad pasamos de vernos como triunfadores a vernos como fracasados. Y de un diario de una chica de 14 años, en 2016,una mujer que en 1992 no tenía edad para ir sola en autobús escribe todo esto. ¿No son maravillosos los libros? Por eso la lectura de “Y ahora, lo importante” es tan fresca como impactante.Y es que las cosas son como las recordamos, pero fueron como fueron.

No vamos con el bloque publicitario. Hasta la semana que viene.

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Jimina Sabadú

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